Marisco en el Tribunal

jueves, 23 de junio de 2011

Marisco en el Tribunal de Buga ?


Un camarón en el Tribunal.






En Buenaventura nadie sabía como era el muerto que sacaron del muelle y
tampoco para donde se lo llevaron, aquí: “Barrio Juan 23”
no se presentó nadie, ni la viuda, ni el comandante de los bomberos,
aquí repito, todos los días son normales pero en las noches se escuchan
tiroteos y algunas bullas que se apagan lerdas, sobretodo cuando corren las
noticias de que cayeron milicianos, o que eran cocoteros del bloque calima,
y que le toca a los señores periodistas investigar, pero esta vez al muerto
del muelle no lo estaban velando, nadie lo lloraba, se sabía si que se
llama Prudencio Vitoria.

Cuando se le vino el mundo encima Prudencio sintió que los omoplatos se
le soltaban y los pies se fundían en el piso del contenedor, a sus
espaldas se movían lerdos 80 sacos de café seco y alguien corrió a azarar
al vigilante:

-Oiga, señor hay un compa atrapado en el doce, corran a verlo.

Prudencio volvió en si. De la enfermería improvisada lo llevaron a la casa
del barrio Juan veintitrés. No era nada, cuatro toneladas podrán aplastar a
una cucaracha pero no a un hombre curtido de sol en el muelle de
Buenaventura; ahí estaba su madre corriendo de la cocina a la cama con
unas pócimas fuertes de hojas y palos santos, sus hijas ventilando con
chinas de paja el fogón y cocinando el plátano viche, la merienda de la
tarde, mientras de afuera el calor sofocante entraba por las ventanas y se
pegaba de la madera seca.

Ahora venían los recuerdos de infancia, el oleaje del mar en su carne
morena, y sus pies resbalando entre una arena contaminada, buscando una
pelota en las playas de bajamar, perdida entre los pilotes de chonta y
macana. Quería ser futbolista y deslumbrar a sus amigos. Todos eran como
él, hijos de pescadores; pero el mar era gris y pesado y muchas veces
los Vitoria, los Conde, los Arará, los Banguero, conocieron el hambre de
la costa pacífica, aunque en algunos ranchos olía a pescado seco y los
perros del lugar revolcaban basuras hediondas.

Cuando Vitoria cumplió los doce años su padre lo llevó al mar abierto,
deslumbrante y verde, las lanchas de turistas que iban a la Bocana a
veces se varaban por combustible a medio camino, entonces prefirió el
fútbol y siguió jugando hasta que un día lo reclutaron para el servicio
militar obligatorio. Tenía 16 años cumplidos.

-Yo no maté a nadie cuando estuve de soldado -le contó una vez a su madre
mostrándole las fotos con uniforme-

-A mi me quería mucho mi Mayor Basurto, y siempre me dejaba en la
cocina cuando se iban a perseguir la “chusma”.
Yo les cocinaba a los enfermos, a los suboficiales y al personal de intendencia
y a civiles que les colaboran a ellos.

-Claro que aprendí a manejar las armas, fusil, granadas, y el ruido de
esas no me dejaba escuchar mi voz interior, pero yo era bueno para la
cocina, y allí me dejaba mi Mayor.

-Salí en el año 70 y regresé a Buenaventura y me puse a pintar unos
barcos pequeños, hasta que me enganché con los muelleros.

-Usted dirá que muelleros son de vida muelle, pero no, había que vérselas
cargando hasta los camiones, -que eso no nos tocaba- y en los
contenedores que a veces con solo destaparlos se quedaba uno tieso al
escape de los químicos, yo había pasado todas las pruebas con las estibas
y con los sacos, pero claro en los aguaceros no trabajábamos, ay mojarse
por gusto, no señor. Éramos estibadores, también nos decían en el patio
wincheros. Y el puerto nos daba de comer.

-Una vezmi tío dijo que se iba y era que lo jubilaban los de Puertos de Colombia,
ese día se acabó la cerveza en la tienda, íbamos por más y mandamos
traer a los barrios vecinos, nos íbamos poniendo tesos, queríamos
que así siguiera y nosotros nos fuéramos a jubilar, dizque eso estaba en la ley.

-Otra nos dijeron que Buenaventura era una isla y yo me acordaba que en
la escuela me hablaron de lo mismo, y verdad, nosotros no teníamos agua
y la energía se iba de cuando en cuando, entonces si la maestra nos
preguntaba si hicimos la tarea, uno le contestaba que no, que no hubo
luz en la casa y la maestra se reía y nos hacía las tareas pupitre por
pupitre y nos cogía la mano y uno escribía facilito porque la maestra era
bonita y nos quería a todos por igual.

-Pero lo que decían era que venía un terremoto y que se llevaría la isla y
Puertos de Colombia se iba a acabar y todos lo decían, las emisoras, en
las reuniones sociales era un run run que crecía como olas, si como olas
del mar. Y por esos días trajeron la noticia de un accidente de Satena en
el Cerro de San Nicolás, lejos en la cordillera y allí los pobladores
perdimos a Monseñor Gerardo Valencia Cano, el único obispo que fue
escritor y hasta poeta de estos territorios del litoral. Nosotros lo queríamos
en Buenaventura, si Señor.

-Después de eso, yo seguí con el futbol y manejándome bien en el
trabajo, a veces trabajaba las 16 horas, 15 otras, y me dijeron que la
patrona mía era un Señora Nafra, que se yo, pero no había Seguro Social
y eso nos lo descontaban, y la seguridad industrial, Hum, eso qué es.
-Yo no me acuerdo sino de los carritos, son unos carritos que se le
meten a las estibas por debajo, y uno va apilando los bultos dentro del
contenedor, pero cuando los carritos se pegan, que nó los entregan
engrasados, esos se pegan, uno jala y nada que se mueven esas estibas,
ahí es que uno se accidenta pues.

En Buenaventura hay un olor salobre desde la entrada del viejo piñal, las
maderas se secan esperando su viaje de aserrío en aserrío, pero también
huele a montones de coco, a humo de combustible y las tardes son
húmedas y tristes cuando los aguaceros revientan sus goterones aleves
sobre las cubiertas de cinc, y parece que no escampara, y en esa espera
inútil el tiempo que te queda se deslíe como el hielo.

A Prudencio Vitoria lo llamó muy temprano el Abogado, llevaba cuatro años
esperando que definieran el pleito laboral, él ya lo había ganado en eso
que llaman la primera instancia, pero si al leguleyo se le hizo largo el
remate judicial ante un tribunal superior, a Prudencio se le acabaron las
fuerzas, por ahí decían que la ley es para los de ruana, o sea que a los
de abajo se les aplica la tiesa ley.

-Recuerdo que cuando le llevé una súplica de humanidad al Procurador
Delegado de Buenaventura, relatando en el papel los cuatro accidentes que
tuve en el muelle trabajando para la Señora Nafra, yo me iba a sentar
en delante del Procurador, pero la bendita Secretaria se vino por detrás y
me corrió la silla y yo casi me desbarato. Por esos días yo me había
vuelto cristiano de una iglesia evangélica, pero ni eso me ayudó.

-Que lo cierto es que no podía trabajar en los oficios del muelle porque
los cuatro accidentes bien reportados estaban, y cuando me sacaron
muerto, yo quedé deshecho, con unas dos costillas fuera de su lugar, eso
lo dijo el Doctor Valderrama que es traumatólogo. Si Señor.

-Los pies y las rodillas cómo quedarían si Usted sabe leer y escribir, o
fue que no le pagaron estudio, Señor Procurador, le alcancé a decir
después de que me corrieron la silla, y ni siquiera me daban para un
pasaje, salvo que una Compañía Colmena si me dio pero luego el
funcionario se encabritó y me amenazó de desaparecerme, y a mi la
verdad me dio miedo y no lo volví a molestar.

-Todo era en Cali, la falta de un buen hospital en la isla, y entonces me
ubicaron con el Sisben porque la Señora Nafra dizque no había cancelado
mis aportes al Seguro Social, que si me los sacaban, pues.

-Y era que yo no me había muerto, no Señor. !De milagro! dijo ese
Doctor alemán que me operó las rodillas y me colocó unos clavos de
platino en los pies para corregirme las secuelas de los accidentes. Y
mientras tanto la escribidora del juez, la misma que mas tarde le daría
copia de los fallos al Abogado de mi defensa, estaba reconociendo que en
general los trabajadores si tenemos derecho a leer los códigos y tener
noticia de la norma legal, pero la Señora Nafra si que se ha portado tan
bien. Y yo aún no se que es eso de portarse bien, pero me soñé que
Harrison Campaz estaba vivo y él si me iba a defender en mi pleito con
esa empresa, y yo era un ciudadano y no un negrito de esos, como
decían en la calle cuando levantaban a uno reventado por balas perdidas,
en el Juan veintitrés.

Entonces a Prudencio le entregaron un cartapacio de papeles justo cuando
ya se vencieron “los términos”, oficios que venían de Buga, del Tribunal,
caso juzgado; un arrume de papeles como sacos de café, y sus treinta y
tres años de muellero, de estibador, de “winchero” se iban al río como
puños de arena, camarones tal vez, y le entraron unas ganas de morirse,
pero Vitoria no se murió de eso, a Prudencio Vitoria lo mataron
los jueces, de un plumazo.

Jorge Escobar – Buga 16 de Agosto de 2009.

Posdata: El abogado de la defensa declinó precipitadamente su obligación de apelar el
caso.

1 comentario:

  1. Este artefacto literario recibió distinción en el Concurso Nacional de Cuento del Ministerio de Educación Nacional, pero los coordinadores optaron por excluir mi nombre a falta de un requisito legal -certificado- y fue donado a la causa de los operarios del muelle que carecen de vocería en los medios informáticos. Los derechos de autor copy left.

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